"¿Realizáis una tarea difícil, obtenéis éxitos, salís victoriosos de una prueba? Procurad no vanagloriaros de ello, decid: «El mérito no es mío, Señor, sino Tuyo.» Si no, corréis el peligro de caer en las trampas del orgullo. Y cuando recibís elogios, felicitaciones, estad atentos, no os apresuréis en tener tan buena opinión de vosotros, sino repetid: «La gloria no es mía, Señor, sino Tuya.» A menudo, sin saberlo, sin quererlo, los demás os tienden trampas: os tomáis sus cumplidos tan en serio que os volveréis presuntuosos, creeréis que ya habéis llegado a la cima, y esto es peligroso para vuestro buen desarrollo.
Debemos trabajar para la gloria de Dios, y si nos alaban, debemos trasladar estas alabanzas a Él: de esta forma, el lado impersonal, desinteresado de nuestro ser podrá desarrollarse. El Cielo nos juzga de acuerdo con esta actitud para saber para quien trabajamos. La verdadera gloria del hombre es glorificar al Señor."