"Un día alguien me habló sobre las dificultades que tenía con un amigo suyo: por causa de un malentendido, sus relaciones se habían vuelto difíciles. Este amigo incluso se mostraba hostil hacia él, lo que le hacía sufrir mucho. Y me explicó: «Me gustaría que las cosas se arreglasen, y por esto cada día ruego y pido a Dios que me ayude, yo me concentro en ello, pero no veo ninguna mejora.»
Le escuché un rato, y luego le dije: «¡Cuánta actividad, es magnífico! Pero ¿para qué movilizar a todas las potencias celestiales para un asunto minúsculo que usted mismo podría solucionar? Una mirada, algunas palabras, un gesto desinteresado bastarían para que esta persona comprendiera que continúa siendo su amigo. Buscáis la intervención del Señor -lo que es una empresa muy difícil— para que Él resuelva vuestros problemas. Tratad más bien de utilizar medios muy simples que Él ha puesto a vuestra disposición: la mirada, la palabra, el gesto…»"