"Supongamos que tenéis en vuestra casa un ícono, una imagen santa; cada mañana, cada noche encendéis un cirio, una lamparilla de noche frente a ella, y os recogéis: le dirigís una breve oración pidiéndole que os proteja. Pero no es el ícono en sí el que os va a proteger. Lo que os protegerá, será el estado interior en el que vuestra oración y vuestro recogimiento os habrán sumido; son las huellas que dejarán en vosotros las que os orientarán en el camino de la luz, del amor y de la paz.
Sólo vosotros, gracias al vínculo que establecéis con el Cielo, podéis verdaderamente hacer algo por vosotros. Las estatuas, las imágenes santas no son más que un punto de partida, un soporte."