El proceso del perdón transpersonal pasa por un
recorrido a través de etapas similares a las de un duelo. Este proceso tiene
tres momentos clave: la aceptación, el poder de la palabra y el perdón
propiamente dicho.
Aceptación y
emoción oculta
La aceptación es sinónimo a no resistirse al flujo
de la vida… A “lo que es”. Al contrario de la resignación, que es debilitante,
contractiva y enfermiza, la aceptación expande.
Cuando sucede la aceptación de las circunstancias
vividas, la vida vuelve a fluir. Entonces es como si la persona, al igual que
los árboles, incorporara un “anillo” más de madurez.
En este proceso de aceptación, convendrá propiciar
en la persona acompañada la toma de conciencia de las emociones ocultas o
profundas que hay detrás de todo acontecimiento traumático o estresante.
La emoción oculta tiene que ver con esa emoción que
no pudimos gestionar en la infancia. O bien con esa emoción que “lesiona” la
imagen que tenemos de nosotros mismos: la imagen que construimos para ser
queridos y aceptados.
Si bien el ego trata de “tapar” o evitar esa
emoción que considera “inaceptable”, el corazón y el cuerpo sí la sienten. Por
ejemplo, podemos sentir odio, pero no permitirnos ni aceptar ese sentimiento:
“yo no odio, eso es malo”.
Entonces comenzamos a vivirnos en incoherencia. En
el núcleo de toda incoherencia está la defensa de nuestra propia imagen. Por
eso, el perdón es también una renuncia al ataque y a la autodefensa. El perdón
transpersonal es optar por una vía desconocida por el ego: la de la rendición y
la apertura.
Por ejemplo, si me he construido y me he
identificado con una imagen de mí pacífica y benévola, me será muy difícil
aceptar emociones como la ira o el enfado. Esto suele suceder cuando incurrimos
al llamado bypass espiritual. Se trata de un mecanismo por el que “saltamos” al
nivel espiritual o transpersonal, sin haber resuelto todavía nuestros
conflictos y carencias del nivel-persona.
Se trata de un salto que, lejos de ser fruto de la
madurez y el desarrollo natural de la conciencia, es más bien una huida o
evasión. Ocurre a menudo en las personas “demasiado positivas” o
“complacientes” que “solo miran por los demás”, olvidándose por completo de sí
mismas. En realidad, esto puede estar reflejando un alto grado de incoherencia:
el desamor hacia uno mismo.
En este mismo sentido, no podemos forzar el perdón:
por mucho que digamos “ya he perdonado”, si todavía nos corroe el resentimiento
por dentro, este proceso no se habrá dado a un nivel profundo.
Quizás suceda, incluso, que al tratar de mantener
esa autoimagen pacífica y benévola, intentemos forzar el proceso del perdón,
sin reconocer antes el dolor, la rabia o el miedo.
La resistencia o represión de una emoción o pulsión
interior es el camino hacia la enfermedad. Esto se corresponde con la Primera
Ley Biológica de Hamer:
Toda somatización comienza con un psico shock, una
emoción que niego o reprimo.
La emoción “tapada” y, por tanto, no gestionada,
desencadena la enfermedad, que en este caso es la solución adaptativa, a la vez
que llamada de atención que el organismo nos ofrece para restablecer la
coherencia.
En este caso, detrás de la patología suele haber
una historia de emociones mal gestionadas.
El corazón no entiende de razones, el corazón
siente.
Cuando nos sintamos enfermos, podemos conectar con
nuestro corazón y preguntarnos:
¿De qué se trata, de qué me está hablando todo
esto? Sentir silenciosamente…
Sentir es el verbo para escuchar al corazón.
En este sentido, la enfermedad nos aporta un
mensaje que nos abre la puerta a la sanación y a la honestidad. Nos hace ser
sinceros con nosotros mismos, facilitando la toma de conciencia.
El poder la palabra
En el acompañamiento desde la Reprogramación
Integrativa Transpersonal, el poder del silencio opera conjuntamente con el
poder de la palabra.
Desde el silencio interno podemos generar un
espacio de escucha y empatía profunda. Desde la palabra podemos evocar
realidades, así como nuevas realidades que más tarde se plasman en caminos
neuronales más óptimos para la persona.
Actualmente, mediante técnicas de neuroimagen, se
puede constatar que no es necesario un estímulo real para que el cerebro
reaccione. Basta con nombrar algo para que se activen las redes neuronales
correspondientes. La palabra crea realidad.
En los procesos de acompañamiento descubrimos que
tras un conflicto a menudo existe una palabra no dicha, una emoción no
expresada, un trauma silenciado, un secreto ocultado, etc.
El hecho de expresar es, por tanto, terapéutico en
sí mismo; y si esta expresión tiene lugar en un espacio de escucha compasiva,
sucede que el efecto terapéutico se multiplicará.
El perdón que
libera
El perdón implica desapegarse de la memoria de
dolor y es, por tanto, un camino de liberación de la mente. “Soltar” es
liberarse de las creencias limitadoras, así como de los resentimientos,
pensamientos y emociones dolorosas enquistadas; significa también deshacer los
nudos de odio y de rencor, al tiempo que nos liberamos de la amarga y dolorosa
culpa.
El perdón es un proceso que nos permite comprender
en mayor profundidad los modos en que la culpa opera en nosotros. Tengamos en
cuenta que la culpabilidad es la máxima expresión del sentimiento de
separatividad. Por su parte, el perdón es un proceso que nos permite ir
deshaciendo la culpa a través de la expansión de la consciencia y el cambio de
percepción, de forma que pasamos de vivirnos, progresivamente, del estado de
separatividad al sentimiento de unidad.
El perdón comienza con una sencilla decisión
consciente: “Estoy decidido a ver esta situación –lo que me ocurrió, lo que me
duele…– de otra manera.”
En esencia, el perdón tiene que ver con la
comprensión, que es la otra cara de la compasión:
Para poder comprender es necesario, por una parte,
asumir la responsabilidad, es decir, hacernos responsables de los programas de
conflicto que anidan en nuestra mente. Un programa gobierna nuestra percepción
hasta que nos damos cuenta de su existencia. Cuando lo vemos y comprendemos,
nos hacemos responsables de lo que expresamos y proyectamos a partir de éste.
Entonces se hace posible la transformación de dicho programa en opciones de
respuesta más óptimas.
El perdón pide de una mirada inocente: cuando
podemos comprender los miedos del otro –ponernos en sus zapatos–, sus
carencias, sus heridas, todos los sinsabores de su vida; cuando podemos
respetarlo, sin olvidar su inocencia básica como ser humano; cuando podemos
conmovernos en el corazón sin proyectar y sin justificarlo…, entonces, brota la
compasión. Y el perdón surge espontáneamente.
En este proceso de perdón, tarde o temprano
descubrimos que la culpa que proyectamos hacia fuera es, en realidad, la culpa
que sentimos hacia nosotros mismos. El mundo sólo es un espejo. Cuando culpamos
a los demás de lo que nos sucede o sucedió, en realidad estamos reflejando
nuestro sentimiento de culpabilidad. Es por ello que se puede decir que
cualquier proceso de perdón hacia otros, o hacia determinadas circunstancias de
la vida, acaba por conducirnos hacia el perdón con nosotros mismos.
Lo que entendemos por error, acción incorrecta o equivocada,
es decir, todo aquello que genera dolor, es producido por la ignorancia y la
inconsciencia. Todo “error” proviene de la inconsciencia. La culpa, en este
sentido, parte de sentir que deberíamos haber hecho algo distinto de lo que
hicimos en su momento; es decir, que deberíamos haber sido más conscientes de
lo que fuimos. Conlleva la sensación de que somos incorrectos, erróneos, o
intrínsecamente malos. Esta sensación de verse a uno mismo como algo erróneo o
malo es tan dolorosa, que el propio programa del ego elabora un modo de escapar
de tal insoportable sensación: la de culpar a los demás.
A modo de conclusión, podemos decir que el perdón
es un proceso que nos brinda constantemente la opción de elegir el camino del
conflicto y el dolor, o el de la paz y el amor.
Fuente:
escuelatranspersonal.com
Fuente:
https://compartiendoluzconsol.wordpress.com
20
de Febrero 2018