"La mayoría de los humanos se complacen tanto constatando el lado malo de los demás, comentándolo, buscando cómo castigarles por ello, que muchos se imaginan que el Señor hace lo mismo. ¿Pero por qué atribuyen a Dios sus propias tendencias malsanas? Dios no se ocupa de las faltas de los humanos, ni tampoco les castiga. Son ellos mismos quienes, con sus faltas, producen desórdenes en su intelecto, en su corazón, en su alma, y estos desórdenes tienen después repercusiones negativas sobre toda su existencia. El «castigo» sólo es la consecuencia de una causa mala, perniciosa, que ellos mismos han fabricado.
Para ayudar a los humanos a perfeccionarse, hay que explicarles las consecuencias de sus pensamientos, de sus sentimientos y de sus actos sobre sus organismos psíquico y físico, hay que mostrarles que todo lo que hacen, bueno o malo, tiene necesariamente repercusiones sobre ellos mismos. Que tengan o no en cuenta estas explicaciones de inmediato, es otra cuestión, pero un día se verán obligados a admitir su exactitud. "