"La Iglesia enseña que el bautismo es una purificación por medio del agua destinada a lavar al ser humano del pecado original. Después de esta ceremonia es admitido en la comunidad de los cristianos. No hay evidentemente nada que decir en contra del sacramento del bautismo, a condición de comprender verdaderamente su sentido. Bautizar a un niño o a un adulto lo convierte en cristiano, está claro. Pero aquél que no ha recibido el bautismo cristiano no es, por tanto, un alma en perdición, extraviada en las tinieblas. Y aquél que lo ha recibido, no debe imaginarse que ello basta para su salvación: a él le corresponde trabajar después durante toda su vida para conservar, amplificar los efectos del bautismo.
Se bautiza a un niño, se le lava del pecado original – admitámoslo – está bien, pero lo que el sacerdote depositó en él en el momento del bautismo, deberá después esforzarse en mantenerlo, en enriquecerlo. Si, una vez adulto, no trabaja cada día, conscientemente, con todo su corazón y toda su alma, para purificarse, el bautismo no le habrá servido de gran cosa. Es él quien debe cada día contribuir a su salvación."
Se bautiza a un niño, se le lava del pecado original – admitámoslo – está bien, pero lo que el sacerdote depositó en él en el momento del bautismo, deberá después esforzarse en mantenerlo, en enriquecerlo. Si, una vez adulto, no trabaja cada día, conscientemente, con todo su corazón y toda su alma, para purificarse, el bautismo no le habrá servido de gran cosa. Es él quien debe cada día contribuir a su salvación."