Pensamiento del domingo 31 de julio de 2016.
"Tenemos un corazón, y la naturaleza también tiene un corazón. Según la ley de analogía, este corazón son los océanos. La naturaleza ofrece su corazón, lo expone al sol y dice: «Señor mío, te doy mi corazón, mi sangre. Tómalo a fin de que las plantas, los animales y los hombres puedan vivir en la abundancia.» Y el sol toma una parte de esta sangre, la eleva hasta él para llenarla de dones espirituales. Después, cuando esta sangre desciende otra vez a la tierra, todos los seres se benefician y se regocijan.
Cada día el Iniciado repite en sí mismo el don del océano al sol. Abre su corazón ante el Creador diciendo: «Señor, Te doy mi corazón.» Esta ardiente oración, este sacrificio realizado en el corazón del hombre, es parecido al que se produce en la naturaleza. Gracias a la sublimación de su amor, de su sangre, el hombre encuentra al sol que es la imagen de Dios, y este encuentro le enriquece con nuevas esencias, esencias divinas que se trasmiten a todo su ser."
"Tenemos un corazón, y la naturaleza también tiene un corazón. Según la ley de analogía, este corazón son los océanos. La naturaleza ofrece su corazón, lo expone al sol y dice: «Señor mío, te doy mi corazón, mi sangre. Tómalo a fin de que las plantas, los animales y los hombres puedan vivir en la abundancia.» Y el sol toma una parte de esta sangre, la eleva hasta él para llenarla de dones espirituales. Después, cuando esta sangre desciende otra vez a la tierra, todos los seres se benefician y se regocijan.
Cada día el Iniciado repite en sí mismo el don del océano al sol. Abre su corazón ante el Creador diciendo: «Señor, Te doy mi corazón.» Esta ardiente oración, este sacrificio realizado en el corazón del hombre, es parecido al que se produce en la naturaleza. Gracias a la sublimación de su amor, de su sangre, el hombre encuentra al sol que es la imagen de Dios, y este encuentro le enriquece con nuevas esencias, esencias divinas que se trasmiten a todo su ser."