Si somos muy honestos con nosotros mismos, si
intentamos practicar la autoobservación de nuestra mente y emociones a diario y
vamos aprendiendo a registrar nuestro estado interno, seguramente descubramos
que somos adictos al conflicto.
A medida que transitamos nuestro Camino también
vamos aprendiendo a sentir cada vez más paz dentro nuestro. Pero aun así, son
muchas las ocasiones en las que esta paz interior se verá interrumpida. Es
cierto que en el mundo nos pueden suceder diversas situaciones difíciles, por
ejemplo encontrarnos con alguien que obra de una manera injusta que nos
perjudica o perjudica a alguien cercano a nosotros.
Entonces, en situaciones como esa, es más
entendible sentir la sensación de conflicto adentro y será nuestro desafío
poder tomar e integrar esas experiencias como parte de nuestro Camino, y así
transformarlas en material útil para nuestra evolución y sanación.
Pero también habrá muchas ocasiones en las que
no ocurre nada en el aparente afuera, y digo “aparente” porque como ya sabemos,
todo lo que nos sucede afuera se suele tratar, en realidad, de nuestra propia
proyección interna manifestada afuera. Más allá de esta aclaración, cuando no
ocurre nada fuera de nosotros, es cuando más claramente podremos observar la
adicción que tenemos a los conflictos.
Nuevamente, siendo muy sinceros cada uno consigo
mismo, ¿cuántas veces nos ha ocurrido que estando en un estado de relativa paz,
tal vez haciendo algo de la vida cotidiana, como desayunar, lavar unos platos,
manejar para ir al trabajo o lo que sea, nos aparece en la mente una situación
conflictiva, de repente te acuerdas de aquella vez que te trataron tan
injustamente, que te dejaron de lado, que te engañaron, que te decepcionaron o
lo que fuere, así esto haya sucedido hace años?
Si no estamos atentos, los pensamientos se vuelven cada vez más fuertes,
y pronto impactan en nuestras emociones y en nuestro cuerpo físico, y nos
sentimos pésimamente, ya sea por una sensación de angustia que nos genera un
nudo en la garganta, o una sensación de ira y sutiles deseos de venganza que se
transforman en una sensación sumamente incómoda en nuestro estómago o en
nuestro plexo solar. Y así perdemos nuestra paz y somos nosotros los
principales perjudicados.
Explicando esto a nivel científico, desde la
Neurociencia está comprobado que nuestro cerebro no distingue entre una
experiencia que estoy viviendo o una experiencia que estoy imaginando. Cuando
recuerdo e imagino una experiencia vivida, el cerebro produce los neuroquímicos
y las hormonas que se implicaron en esa experiencia. Y si se trata de una
experiencia traumática o de conflicto, nuestro cerebro producirá aquellos
neuroquímicos que generan estrés, ansiedad, insomnio, tendencia a la
agresividad.
Esto es debido a que esa experiencia me generó un
gran impacto emocional, y al recordarla, vuelvo a revivir las mismas emociones,
activando el mismo circuito neuroquímico y hormonal que se vio implicado en
dicha experiencia.
Se han hecho estudios al respecto. Por ejemplo,
se le ha pedido a un corredor profesional que se imagine lo más claramente
posible corriendo una maratón, y se ha comprobado que en su cerebro se
activaban los mismos circuitos neuronales que se activaban durante la maratón.
Esto hacía que los músculos entren en una actividad muy similar a la que tenían
durante la carrera real.
Y podemos hacer otro experimento ahora mismo.
Imagina que cortas un gajo de limón bien ácido y te lo pones en la boca. A
continuación observa la sensación que esto te produjo en tus papilas
gustativas.
Y explicando esta adicción desde el conocimiento
espiritual, esto se debe a la mismísima naturaleza de nuestra personalidad o
ego, esa parte ilusoria de nosotros que más se potencia y más toma el mando
cuando más estamos separados de nuestra Esencia o Ser Espiritual.
Nuestra personalidad, en su estado disfuncional,
por su naturaleza necesita de la separación y del conflicto para subsistir. No
es que tener personalidad o ego “esté mal” o que tengamos que hacerlo
desaparecer, ya que es parte de nuestra existencia como seres humanos
encarnados en un cuerpo físico. Pero podemos integrarlo y dejar que ocupe el
lugar que le corresponde, sanamente comandado y al servicio de nuestro
Ser. Dicho de otra forma, podemos ir
aprendiendo a no tomarnos nuestra personalidad o ego tan en serio,
entregándonos cada vez más a nuestro Ser.
Otra manera en la que se puede manifestar
nuestra adicción a los conflictos es cuando consciente o inconscientemente
vamos buscando conflictos concretos con los que involucrarnos, con distintas
personas y situaciones diversas. Por ejemplo, entrar en controversias
políticas, ideológicas, o incluso, controversias espirituales y existenciales.
Esto no quiere decir que “esté mal” ir teniendo nuestro propio pensamiento
independiente o ir madurando nuestra propia visión del mundo y de la realidad o
que no nos tengamos que involucrar con
nada de ello. Pero requiere, nuevamente, de mucha honestidad estar atentos a
cuándo podemos estar utilizando estas cuestiones para satisfacer nuestra
necesidad de alimentarnos de algún conflicto de turno y experimentar estos
baños de neuroquímicos y hormonas a los cuales podemos estar siendo adictos,
así como se puede ser adicto a cualquier otra substancia externa.
Las herramientas que disponemos para ir
revirtiendo esta adicción a los conflictos son muchas. Una de las principales
puede ser la autoobservación de nuestra mente y emociones, y el aprender a
desidentificarnos de ellas. La idea es no darle fuerza a ese pensar y sentir
que nos hace mal. Esto no quiere decir que el pensamiento sea algo malo, por el
contrario, el pensar es una gran herramienta que muchas veces nos permite
solucionar problemas, así como una mano es una herramienta que nos permite
hacer muchas cosas. Pero lo solemos utilizar mal y nos solemos hacer daño.
Sería como si usáramos nuestra mano para golpearnos a nosotros mismos.
La idea de esta herramienta simplemente es
observar al pensamiento, intentar ser el observador, el testigo de nuestra
mente, en lugar de estar tan identificados con ella. Solemos creer que somos el
pensador. Pero en realidad somos esa presencia, esa conciencia, que está
“detrás”. Y podemos ir cada vez más hacia allí, siendo un espectador, que mira
todo lo que va sucediendo en nuestra mente y emociones como si de una película
o un desfile se tratase. Y este simple hecho de dar un paso al costado y ser el
observador, nos da muchísima paz.
Podemos integrar esto con muchas otras
herramientas, por ejemplo la observación de nuestro cuerpo interior. Cuando los
pensamientos de conflicto ya se han hecho muy fuertes y se transforman en
emociones que impactan en nuestro cuerpo como describíamos antes, podemos
enfocar y sostener nuestra atención en estas partes del cuerpo que se sienten
incómodas, y respirar conscientemente. Al ya no estar alimentando más los
pensamientos de conflicto y sostener esta observación, se comienza a dar la
transformación de estos estados disfuncionales. Y para ayudarnos en esta
transformación y liberación, siempre podemos contar con la asistencia de los
Reinos Espirituales.
Por supuesto, como todo, esto es algo que se va
aprendiendo, y lo iremos comprendiendo mejor y lo transformaremos en un hábito
al practicarlo sostenidamente en el tiempo.
Autor: Sebastián Alberoni
caminosalser.com
https://compartiendoluzconsol.wordpress.com
14 de Julio del 2016