"¿Habéis cometido errores, e interiormente os sentís condenados?... O bien, incluso sin haberos sentido culpables de alguna falta en concreto, ¿sufrís mucho de ser todavía tan imperfectos, tan débiles y tan miserables?... Incluso en lo más profundo de vuestra desgracia, no olvidéis que el Señor os espera en sus palacios. Lanzaos hacia Él, corred muy deprisa para escapar a todo lo que puede impediros acceder hasta Él.
¿Y qué es lo que os permite correr muy deprisa? La oración. La oración intensa, ferviente. Ella es la que os hace saltar por encima de todos los obstáculos, franquear todas las puertas… Y cuando llegáis a la sala del festín donde el Señor se regocija en medio de sus ángeles y de las almas de los justos, les dice a los guardianes prestos para expulsar al intruso: «No, puesto que su impulso le ha proyectado hasta aquí, tiene derecho a sentarse con nosotros, hacedle un sitio.» Y se os acepta tal como sois."