"Alguien afirma con orgullo: «Yo, tengo convicciones y nunca las abandonaré, las defenderé hasta el final.» Y en efecto, lucha encarnizadamente contra los que no comparten su misma opinión. No se puede reprochar a la gente que tenga convicciones, pero deberían preguntarse a veces si son válidas y si no ganaría más revisándolas. Desde el punto de vista de la sabiduría, la actitud de ciertos hombres y mujeres de convicciones es más bien orgullo, tozudez o tontería, y las consecuencias pueden ser terribles: el fanatismo, la crueldad.
La convicción no es necesariamente una justificación, no impide a nadie cometer los peores errores: el hecho de estar convencido no supone que una opinión errónea sea una verdad. «Pero entonces, diréis, ¿cómo saber lo que valen nuestras convicciones?» Si ellas os hacen mejores, es decir más lúcidos, más pacientes, más generosos, más abiertos a los demás, conservadlas. Pero si este no es el caso, no tenéis de qué enorgulleceros: tratad de revisarlas severamente."