23 de Mayo del 2015
El miedo está profundamente arraigado en la consciencia del hombre. Se encuentra como un sedimento en las células que componen su cuerpo físico, por el conocimiento que éstas tienen de la existencia de una vida inmortal, de la cual no participan totalmente, ya que los planos materiales están sujetos a la descomposición, la desintegración y a la ilusión de la muerte.
A cada instante ocupamos una posición en la rueda de la vida: ora arriba, ora abajo, ora aquí, ora allá; recibimos elogios y críticas; actuamos correcta o incorrectamente; somos vistos de varias maneras y tenemos los más variados puntos de vista. Pero, de tanto vivir situaciones distintas, con el tiempo aprendemos a estar neutros delante de cualquier circunstancia y a buscar respaldo en una realidad más profunda.
Así, permaneciendo en ese punto de neutralidad, llegamos a descubrir cómo vivir sin miedo. Podremos entonces comprender la presión que se ocultaba detrás de ese sentimiento: ella nos mueve a una mayor responsabilidad y atención hacia las leyes que rigen los distintos niveles de la existencia.
En los momentos en que el miedo nos invade, un cambio total de actitud y una firme coligación con la Luz tienen un inmenso valor. A medida que cultivamos la aspiración a una existencia más amplia, que no se altera con los acontecimientos, y a medida que reconocemos en nuestro interior una ligazón indestructible con la Jerarquía, a medida que vemos que somos conducidos hacia el destino trazado para nosotros desde el origen de los tiempos, nada externo puede tener poder suficiente para perturbarnos. Se instala entonces en nosotros un estado de total aceptación de todo lo que nos toca vivir, somos ayudados a liberarnos de los apegos que nos aprisionan y entramos en la gran libertad de ser lo que somos, en unión con la fuente que nos alienta.
Extraído del boletín “Señales de Figueira”. Editorial Kier
Fuente: compartiendoluzconsol.wordpress.com