"Uno de los fundamentos del cristianismo es el de que hace dos mil años, Dios manifestó su amor por la humanidad enviando a la tierra a su «único hijo». Durante un periodo, esta creencia pudo ayudar quizá a algunos a evolucionar, pero ahora hay que abandonar semejante disparate. Porque no denota una buena comprensión del amor de Dios, que es inmenso, inagotable, infinito. Dios tiene muchos hijos e hijas, los tiene y aún tendrá muchos más. Desde hace miles de años, envía a la tierra a seres excepcionales para instruir a sus hermanos y hermanas, y enviará aún a otros. No necesita para nada a aquellos que le prohíban tener otros hijos que no sean Jesús, o que cuenten que antes de la venida de Jesús los humanos estaban privados de la verdadera luz. ¡Cómo si la salvación de los humanos tuviera que depender de la época en la que hayan vivido: antes o después de Jesús!
Por mucho que la Iglesia se obstine en fijar un principio y un final a la revelación divina, al Señor, a Él no le impresionan lo más mínimo estos decretos. Sigue sin tenerlos en cuenta, Él está mucho más allá y no dejará de enviar seres que aporten cada vez nuevas luces al mundo."