"Nuestro cuerpo físico está hecho de materia, y como la materia está sometida al tiempo, se desgasta, se erosiona, se disgrega. A eso se le llama envejecer, y las arrugas, el pelo blanco, los dolores reumáticos, etc., son los signos evidentes de este envejecimiento. Evidentemente, esta constatación no es agradable. Pero nosotros no somos solamente un cuerpo físico, y aunque su desgaste se encuentra en el orden natural de las cosas, interiormente nada nos obliga a envejecer con él. No hay pues de qué inquietarse verdaderamente.
Las personas que se apenan tanto por los signos de la edad, que cada día pueden constatar ante el espejo, ya son en general viejas interiormente. En lugar de preocuparse de mantener aquello que en ellas es cálido y vivo – su corazón – se identifican con su cuerpo, se identifican con la materia. Pero es el corazón, y no el cuerpo, lo que hace que seamos jóvenes o viejos, y si nuestro corazón envejece, es porque nosotros se lo permitimos. Para no envejecer, hay que seguir amando a los seres y las cosas, conservar intacto nuestro interés y nuestra curiosidad por la vida que está ahí, a nuestro alrededor, siempre nueva, rica, abundante."