Como en todos los conceptos, o como todo en la
vida, nunca hay categorías definitivas ni definiciones absolutas. Esto ocurre
con el orgullo, que puede ser bien o mal utilizado. En psicología se han
definido dos tipos de orgullo, el positivo y el negativo. Al orgullo positivo
se le llama autoestima y autoconfianza, y al negativo soberbia.
El primero es necesario para sentirnos seguros y
llevar una vida equilibrada, valorarnos en nuestra justa medida, situarnos en
nuestra vida y estar orgullosos de ella: esto es algo absolutamente sano. El
segundo orgullo, el que nos aleja y eleva del mundo, va a ser el mejor
generador y “atascador” de conflictos que podemos incluir en nuestra vida.
El lado negativo del orgullo es definido como el
exceso de estima hacia uno mismo y hacia los propios méritos, por los que la
persona se cree superior a los demás. Este tipo de orgullo nos incapacita para
reconocer y enmendar nuestros propios errores y pone de manifiesto la falta de
humildad.
La humildad, cualidad contraria al orgullo, es
lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder
aprender aquello que todavía no sabemos. Las personas orgullosas trasmiten
muchas quejas mentales debido a su ego exagerado, quejándose de personas,
situaciones, tiempo, del país, etc. Esto inevitablemente les hará ir
saltando de un conflicto a otro.
Cuando el orgullo se transforma en
soberbia
La palabra soberbia proviene del latín
superbĭa y es un sentimiento de valoración de uno mismo por encima de los
demás, sobrevaloración del yo respecto de otros. Se trata de un sentimiento de
superioridad que lleva a presumir de las cualidades o de las ideas propias y
menospreciar las ajenas. Se puede decir que el orgullo puede derivar en
soberbia. La soberbia es una actitud orgullosa que encuentra su definición en
la osadía de aquella persona que se envanece a sí misma.
La soberbia, que nos lleva a sentirnos
superiores cada vez que nos comparamos con alguien, pone de manifiesto un
complejo de inferioridad. De ahí surge la prepotencia, con la que tratamos
de demostrar que siempre tenemos la razón. También empleamos la vanidad,
haciendo ostentación de nuestros méritos, virtudes y logros.
Estas personas pueden ser muy intolerantes
ideológicamente, aferrándose a una postura única y no permitiendo ninguna
aportación ajena. Su capacidad de autorreconocimiento es muy baja, así
como muestran una gran resistencia a pedir perdón y al cambio personal:
no piensan en el cambio, porque piensan que lo hacen bien.
Presentan un endurecimiento emocional, una
distancia emotiva. Difícilmente olvidan una ofensa. Estas características
bloquean las relaciones interpersonales.
Honestidad para derribar a nuestro
orgullo
La honestidad puede resultar muy dolorosa al
principio, pero a mediano plazo es muy liberadora.
Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes
somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior. Así es como
iniciamos el camino que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional. Cultivar
esta virtud tiene una serie de efectos terapéuticos.
En primer lugar, disminuye el miedo a
conocernos y afrontar nuestro lado oscuro. También nos incapacita para seguir
llevando una máscara con la que agradar a los demás y ser aceptados por nuestro
entorno social y laboral. A su vez, esta cualidad nos impide seguir ocultando
debajo de la alfombra nuestros conflictos emocionales.
La honestidad nos da fortaleza para
cuestionarnos, identificando la falsedad y las mentiras que nos amenazan, como
tentaciones, desde nuestro interior. En la medida que la honestidad se va
integrando en nuestro ser, nuestro orgullo se irá desvaneciendo al no
tener que representar papeles, con el fin de dar la imagen de alguien que no
somos.
Fátima Servián Franco
Psicóloga de la Salud.
lamenteesmaravillosa.com
Psicóloga de la Salud.
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05
de Setiembre del 2016