"Cuando el Cristo descendió a la tierra, su espíritu era grande, sublime, pero su cuerpo era pequeño, es decir, que sus más allegados, aquellos que le rodeaban, no supieron dejarse penetrar tan profundamente por él. Fue debido a la debilidad de sus miembros más próximos, incapaces de reflejar su grandeza, su fuerza y su inmensidad, que Jesús fue crucificado. Desde luego, cuando entró en Jerusalén la multitud gritaba “¡Hosanna!” pero cuando estaba descansando en el jardín de Getsemaní, incluso sus discípulos le abandonaron.
Los discípulos de Jesús eran pequeños y débiles, y por tanto no pudo afrontar a aquellos que, mucho más numerosos, estaban decididos a destruirle. Ahora, a través de los siglos, el espíritu de Cristo se ha extendido poco a poco en todo el mundo. Ya no podemos crucificarle porque se ha encarnado en un cuerpo inmenso, acogido en los corazones y las inteligencias de millones de seres."
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