Trabajadores iraníes protestaron pacíficamente en Pars del Sur, reclamando derechos laborales y rechazando la injerencia de EE.UU. y su agenda de “cambio de régimen”.
Por: Nahid Poureisa *
La protesta de los trabajadores contratados de Pars del Sur del 8 de diciembre (18 de Azar del calendario persa), durante la cual más de cinco mil trabajadores se congregaron pacíficamente frente a la oficina del gobernador en Asaluyeh, provincia sureña de Bushehr, fue una de las mayores movilizaciones laborales en Irán en los últimos años.
Marcó la tercera y última fase de una campaña de dos meses llevada a cabo de manera ordenada, pacífica y civilizada, demostrando la dignidad, la disciplina y el sentido de responsabilidad que los trabajadores de este país exhiben de forma constante.
La Asociación de Sindicatos de Trabajadores de la Refinería de Bushehr expuso los objetivos de esta ronda de protestas, que incluían la reforma del sistema de clasificación laboral, la estandarización de los salarios, la clarificación de la situación laboral de los conductores, la regulación de las condiciones del personal de seguridad y apoyo, y la garantía del pleno cumplimiento de la legislación laboral.
Estas demandas reflejan algunas de las quejas estructurales planteadas por los trabajadores, en particular en el sector energético, que constituye la columna vertebral de la economía iraní.
Un aspecto especialmente destacable de la protesta del 8 de diciembre, ampliamente difundido en las redes sociales, fue la presencia de mujeres y niños. Su participación subrayó un fuerte sentido de seguridad pública y de implicación comunitaria. Los participantes expresaron su agradecimiento a la policía por garantizar la seguridad de las familias, incluidos los numerosos niños que acompañaban a sus padres.
El admirable nivel de disciplina cívica y respeto mutuo contrasta de forma contundente con los estereotipos que con frecuencia promueven los medios occidentales sobre Irán, los cuales suelen retratar las protestas en el país como intrínsecamente “violentas” y a la policía como “descontrolada”.
Sin embargo, son precisamente estas imágenes de cohesión social y madurez cívica las que las narrativas occidentales tienden a ocultar o distorsionar. Como ha ocurrido en numerosas ocasiones, existen esfuerzos persistentes no solo por encubrir estas realidades, sino también por tergiversar o secuestrar movimientos populares genuinos y reutilizarlos al servicio de las llamadas agendas de “cambio de régimen”.
La realidad es que, en la República Islámica, los trabajadores gozan de los mismos derechos democráticos que el resto de los ciudadanos, y sus voces son escuchadas. Las protestas y manifestaciones tienen un lugar reconocido dentro del sistema democrático del país, a diferencia de lo que ocurre en muchos países occidentales, incluido Estados Unidos.
Es bien sabido entre los trabajadores iraníes, incluidos quienes participaron en estas protestas, que los actores extranjeros, en particular Estados Unidos, no tienen una preocupación genuina por el pueblo iraní, sus medios de vida, los derechos de las mujeres, la inflación, la vivienda o los desafíos medioambientales.
Por el contrario, buscan instrumentalizar los problemas sociales como herramientas dentro de una campaña más amplia destinada a desacreditar al Estado.
Este patrón reapareció una vez más cuando la página en persa del Departamento de Estado de Estados Unidos intentó inmiscuirse en el movimiento obrero, enmarcando las protestas de manera alineada con los objetivos políticos de Washington.
No obstante, el movimiento obrero iraní se ha sustentado históricamente en una tradición revolucionaria profundamente arraigada y antiimperialista, algo que los halcones de Washington aún no comprenden.
La memoria de la acción decisiva de los trabajadores petroleros en 1978 —coordinada con disciplina y llevada a cabo bajo la guía del Imam Jomeini— sigue resonando con fuerza.
Cuando cerraron las válvulas del petróleo, deteniendo las exportaciones hacia Occidente y asestando un golpe final a las posibilidades de supervivencia del dictador respaldado por Occidente, devolvieron a la nación iraní un profundo sentido de dignidad tras años de subordinación.
Cuando el Imam Jomeini regresó al país el 1 de febrero de 1979 y la Revolución Islámica triunfó diez días después, fueron esos mismos trabajadores quienes reabrieron las válvulas, esta vez como ciudadanos libres de un país independiente y democrático.
Este episodio sigue siendo un pilar fundamental de la historia y la tradición del movimiento obrero iraní, y continúa desempeñando un papel sustancial en la protección del movimiento frente a la manipulación externa y la injerencia extranjera.
Mirqafari, uno de los dirigentes del sindicato de trabajadores de Pars del Sur, respondió con firmeza a la declaración del gobierno estadounidense, recordándoles que los actores externos no tienen derecho a interferir en asuntos internos.
“El término ‘régimen’ le corresponde a ese Estado estadounidense salvaje, no a un gobierno surgido del corazón de una revolución popular. No tenemos la más mínima necesidad del apoyo de su gobierno caníbal. No se apropien de nuestra voz”, afirmó.
El Líder de la Revolución Islámica, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, ha advertido reiteradamente sobre la interacción entre las deficiencias internas y la injerencia extranjera.
“No es cierto que no tengamos fallas y que solo el enemigo extranjero cause los problemas”, afirmó en uno de sus discursos, subrayando que los problemas iraníes requieren soluciones iraníes.
“No: una mosca se posa sobre una herida; hay que curar la herida, no permitir que se forme. Si no tenemos problemas internos, ni esas redes [extranjeras] pueden tener efecto, ni Estados Unidos puede hacer absolutamente nada”.
Los adversarios externos explotan de manera sistemática los desafíos socioeconómicos de Irán, amplificándolos a menudo a través de medios como Iran International TV, financiado desde Tel Aviv.
Por esta razón, resulta esencial mantener un movimiento obrero orgánico y arraigado a nivel nacional, que al mismo tiempo salvaguarde la seguridad nacional y exija de manera constante derechos legítimos.
Ahmad Naderi, diputado y representante de Teherán, también destacó la madurez cívica de la protesta:
“La admirable disciplina de los trabajadores al organizar una concentración de 5000 personas fue más que una protesta; fue una demostración de madurez cívica y una negación del proyecto de securitizar sus demandas. Cuando, en medio de una protesta, los niños están a salvo y las consignas elogian a la policía, significa que estamos presenciando un movimiento genuino y digno que clama por pan y dignidad, no por caos”, declaró.
“La seguridad sostenible en las arterias económicas del país se garantiza escuchando a los trabajadores, no bloqueando su camino. Las fórmulas salariales tradicionales están obsoletas en un contexto de inflación desbocada; los salarios deben incrementarse en proporción a la inflación real, incluso revisarse dos veces al año. El gobierno debe comprender el mensaje de esta concentración histórica”.
Las sanciones lideradas por Estados Unidos contra Irán han infligido un daño profundo a la economía y al pueblo iraní. Son un factor fundamental del aumento de la inflación y de las penurias que soportan los trabajadores.
Estas sanciones están diseñadas deliberadamente para golpear a los ciudadanos comunes, agotarlos y generar frustración, condiciones que fomentan el descontento social, profundizan las divisiones y allanan el camino para agendas imperialistas de cambio de régimen.
Sin embargo, es el mismo gobierno estadounidense el que finge preocupación por los trabajadores iraníes, incluso cuando estos protestan con el apoyo explícito del ayatolá Jamenei.
El Líder de la Revolución Islámica lo ha dejado claro en numerosas ocasiones en sus discursos y declaraciones.
“Nuestra sociedad obrera es verdadera y honestamente una comunidad noble… Durante muchos años hubo quienes intentaron enfrentar a la clase trabajadora con el sistema islámico. Sin embargo, la sociedad obrera del país, con plena resiliencia y firmeza, ha soportado estas dificultades y se ha mantenido leal”, afirmó en una ocasión.
“Esto es verdaderamente valioso. Los responsables deben valorar a esta gran comunidad obrera… La recompensa de esta nobleza es que todos se esfuercen, si Dios quiere, por resolver estos problemas”.
Sus posturas sobre los derechos de los trabajadores también han sido firmes e inequívocas.
“Si alguien oprime a un trabajador, si comete una injusticia respecto a su salario, todas sus buenas obras quedan anuladas. Y si, más allá del salario, no se proporciona seguro, atención sanitaria, bienestar familiar y seguridad laboral al trabajador, se ha cometido una injusticia contra él”, recalcó.
También debe señalarse que los propios ciudadanos estadounidenses atraviesan profundas crisis sociales y económicas, derivadas de la misma ideología imperialista, expansionista y militarista que Washington promueve en el exterior.
Mientras da lecciones al mundo sobre “derechos humanos”, Estados Unidos continúa lidiando con la falta crónica de vivienda, la inseguridad laboral generalizada y un sistema penitenciario que encarcela a más mujeres que cualquier otro país del mundo. Con una cifra estimada de entre 180 000 y 200 000 mujeres privadas de libertad, Estados Unidos representa aproximadamente una cuarta parte de la población femenina encarcelada a nivel mundial.
Y, sin embargo, este mismo sistema, incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su propia población, sigue adoptando una postura de autoridad moral global y exigiendo obediencia a otros, incluidos los trabajadores iraníes.
* Nahid Poureisa es analista iraní e investigadora académica especializada en Asia Occidental y China.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV
Fuente:https://www.hispantv.com/noticias/opinion/637149/trabajadores-iran-protestan-niegan-caenr-trampa-eeuu-cambio-regimen