"Había una vez en un convento un pobre monje que estaba tan limitado intelectualmente, que solo se le podían confiar las tareas materiales más elementales: barrer, lavar la vajilla, recoger la basura… Pero en su cabeza había entrado una verdad, una sola, que nunca olvidaba. Cuando fregaba los platos, decía: “Señor, tal como yo lavo este plato, lávese mi corazón.” Y cuando barría: “Señor, tal como yo lavo esta celda...”.
Así durante muchos años, y un día, debido a esa pureza sobre la que no había dejado de trabajar, se volvió clarividente y tan sabio que desde muy lejos venían cardenales a consultarle. Si, una verdad, solamente una verdad… Y vosotros que conocéis tantas verdades, ¿qué esperáis para hacer algo? No las dejéis en el campo de la teoría. Elegid algunas verdades y trabajad sobre ellas día y noche, veréis los resultados."
Fuente:
http://www.prosveta.com
06 junio del 2020