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****Islamofobia, orientalismo y poder: el caso iraní****

Caminos militares iraníes equipados con misiles Nazeat.

Publicada: lunes, 30 de junio de 2025 13:13

En los últimos días, el ataque coordinado de Estados Unidos e Israel contra instalaciones nucleares iraníes —bajo supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA)— ha vuelto a poner sobre la mesa un marco discursivo profundamente arraigado en la tradición colonial: la representación de Irán como un actor irracional, impredecible y, por tanto, peligrosamente incontrolable.

Esta narrativa, lejos de ser novedosa, bebe de una genealogía orientalista que desde el siglo XIX ha construido a Asia Occidental y al islam como el “Otro” irracional, incapaz de autogobernarse y necesitado de tutela externa.

El caso iraní es paradigmático. A pesar de que su programa nuclear se encuentra bajo supervisión internacional y no presenta indicios de desviación hacia fines militares, la retórica oficial insiste en la necesidad de “contener” a un país que —según esta narrativa— no puede ser confiable debido a su supuesta “esencia” teocrática. Esta lógica no solo justifica preventivamente la agresión, sino que despoja a Irán de soberanía, historia y agencia, reduciendo su complejidad política a una caricatura peligrosa.

Sin embargo, una lectura crítica permite desmontar estos estereotipos. Lejos de constituir un sistema dogmático y cerrado sobre sí mismo, el islam ha cultivado a lo largo de los siglos una tradición rica y plural de pensamiento crítico, orientada tanto a su propio canon como a las estructuras sociales y políticas que lo atraviesan. Esta práctica crítica no es patrimonio exclusivo de las élites intelectuales: se expresa en la vida cotidiana, en las mezquitas, los mercados, los hogares y los espacios públicos. Los musulmanes no solo practican su fe, sino que la interrogan, la debaten y la reformulan dentro de marcos discursivos que, lejos de diluir su coherencia doctrinal, refuerzan su capacidad de proyectarse hacia el futuro.

Este enfoque permite desmantelar uno de los pilares del imaginario orientalista: la representación del musulmán —y por extensión, de sociedades como la iraní— como sujeto incapaz de racionalidad, atrapado en pasiones “religiosas” e inmune a toda lógica estratégica. Bajo este prisma, Irán se convierte en emblema de una alteridad radical, una especie de “otro absoluto” que escenifica los miedos más persistentes de Occidente: fanatismo, violencia sacralizada, irracionalidad. Esta construcción despolitiza su acción internacional, vacía de contenido sus decisiones estratégicas y lo convierte en un objeto legítimo de intervención.

Reducir a Irán al paradigma del islam político irracional refuerza una matriz colonial que niega cualquier forma de racionalidad alternativa. No se trata de obviar las tensiones, sino de reconocer que su proyecto político responde a una lógica histórica, cultural y geopolítica que debe ser comprendida en sus propios términos. Negar esta posibilidad implica no solo reforzar la islamofobia, sino también bloquear toda comprensión seria de los movimientos que, desde el sur global, disputan el monopolio occidental sobre la definición de lo racional y lo político.

La islamofobia como estructura de poder

La islamofobia no debe entenderse como un mero prejuicio cultural o religioso, sino como una forma específica de racismo estructural que se dirige contra las expresiones de lo musulmán o cualquier manifestación pública que se perciba como tal. Esta lógica discriminatoria se reproduce en los medios de comunicación, las instituciones y la diplomacia internacional. En el caso de Irán, se manifiesta en una hostilidad sistemática que no responde necesariamente a sus acciones, sino a su identidad cultural y religiosa.

Este tipo de violencia simbólica —conocida como violencia epistémica— opera mediante la negación del derecho de los pueblos a definir sus propios marcos éticos, políticos y civilizatorios. Al deslegitimar su racionalidad propia, se refuerzan las asimetrías globales y se justifica una arquitectura internacional diseñada para excluir, aislar y castigar a quienes se sitúan fuera del canon liberal occidental.

Superar este enfoque exige revisar críticamente los lenguajes que utilizamos para describir el islam y a actores como Irán. No se trata de idealizar, sino de restituir la densidad histórica y política de estos proyectos. En definitiva, desmontar la islamofobia —en todas sus variantes— requiere construir un nuevo vocabulario político, uno que no asocie la diferencia con la amenaza, ni el discurso sobre la divinidad con la irracionalidad.

El ataque a Irán y la quiebra del orden internacional

El bombardeo de instalaciones nucleares iraníes no es solo un acto unilateral de agresión: es una señal de alarma sobre la erosión del derecho internacional. El régimen de no proliferación nuclear, que supuestamente debe garantizar la seguridad global, se aplica con una doble vara: mientras las potencias occidentales conservan arsenales atómicos sin compromisos reales de desarme, los países del sur global enfrentan sanciones, vigilancia y amenazas militares incluso cuando cumplen con los estándares internacionales.

La retórica que legitima estas intervenciones recurre a una narrativa gastada, pero aún eficaz: la confrontación entre civilización y barbarie. Una lógica binaria que ha justificado históricamente las guerras coloniales, y que en la actualidad sigue funcionando como coartada moral. Como subraya el pensamiento decolonial, este discurso no solo es injusto, sino profundamente desestabilizador: al negar la agencia y la racionalidad de los otros, perpetúa ciclos de violencia y reproduce un orden internacional basado en la exclusión y la jerarquía.

En este contexto, Irán no es solo una víctima de la islamofobia, sino también un espejo incómodo en el que se refleja el fracaso de los principios universales que Occidente dice defender. Recuperar la posibilidad de una política internacional más justa exige no solo cesar la violencia militar, sino también desmontar los marcos simbólicos que la hacen posible. Solo entonces será posible un orden verdaderamente plural, donde las diferencias no se castiguen, sino que se escuchen.



Fuente:https://www.hispantv.com/noticias/opinion/617283/islamofobia-iran-aiea